No estaba en la agenda. A mitad de junta previa al inicio de tetramestre, vibró mi celular. En la pantalla apareció la foto de Ana. Me inquietó un poco pues conduce a diario y esa tarde llovía. Salí del salón para contestar. La noticia me hizo feliz: Daniela, su hermana, mi cuñada, tenía dos boletos para el primer juego de la MLB México Series 2018 y no podría asistir.
Nos los daba para que llevara a Federico, quien recién entró a jugar béisbol en la categoría de Pequeña con los Toros de Las Puentes. Jugó hacía ya 8 años con los Gallos de San Nicolás en la categoría de Biberones y había vuelto al diamante de la pelota infantil, presenciar un juego de Grandes Ligas seguro le serviría.
Tras una serie de periplos por fin llegamos al Estadio de Béisbol Monterrey, sede de la primera serie de temporada regular de la MLB en México, hacia 19 años que no se daba algo así.
Dodger de los Angeles y Padres de San Diego, serían las novenas a enfrentarse
Las filas para entrar eran inmensas. Sin perder la emoción nos formamos, antes compré mis semillitas de calabaza. Desde ahí escuchamos los himnos nacionales y el festejo de la gente por ver tirar a Fernando Valenzuela, el Toro de Etchohuaquila, Sonora, lanzar la primera bola del juego. Tardamos más de una hora y media en entrar, en este tiempo, Federico se hizo experto en sacar las pepitas a las semillas de calabaza. Nos instalamos en nuestros lugares jugándose ya la parte baja de la segunda entrada y en medio de una lluvia, que afortunadamente no orilló a los ampayers a suspender el juego.
Ya los Dodgers ganaban 3-0.
La lluvia cesó, el ánimo del público aumentó, las entradas corrieron, Chase Utley, el jugador más viejo de los Dodgers, conectó un triple que con la ayuda de sus compañeros convirtió en la cuarta carrera, la sepulcral para los Padres de San Diego. Se acercaban las once de la noche. Fede resistía contra el sueño y el cansancio que le alojaron en el cuerpo su viernes de escuela y el entrenamiento del béisbol.
Terminó el partido. Nos vimos a los ojos Fede y yo, convencidos de que esa noche es de las que nunca olvidaremos.
La pirotecnia nos arrancó de ese bello momento entre padre e hijo. La pizarra mostraba nueve ceros en el apartado del equipo de San Diego. Caminamos al metro satisfechos. Con ese sentimiento que provoca haber sido testigos de algo histórico: el primer juego de temporada regular de la MLB sin hits, que se daba fuera de Estados Unidos y Canadá. Federico, camino a casa, siguió con su práctica de sacar las pepitas a las semillas de calabaza. Feliz.